hijo de Dios

🎧 Audio 186

📘 Libro I Un alma en Cristo

10 de julio de 1988

En mi habitación, en Oración. Son las 5 de la tarde. Yo le decía al Señor, acordándome de las últimas cosas que me han sucedido, que me parece que mi salud empieza a resentirse. Empiezo a conocer su «juego»: como va desnudando al alma dejándola sola, sin nada donde cogerse. Cada vez más me acuerdo de la frase de Santa Teresa:

«Sólo Dios basta.» A medida que caminamos en el Señor, sus pruebas son más finas, más sorprendentes, y siempre te coge por el lado flaco. Mirándole no puedo menos que decirle: «¡Cuánto sabes, Señor, ¡y qué grande eres!

¡Cómo nos vas dejando sin apoyos! ¡No tenemos donde agarrarnos; estamos siempre como desnudos ante Ti!»

Efectivamente, hija mía, así naciste y así estás en mi presencia. Nada se oculta a mis ojos. Mi juego con el alma que decide seguirme es demostrarle mi amor constantemente y, después, ir moldeando su alma. Para ello, tengo que dejarla desnuda de todo apoyo moral y físico. Sólo Yo, su gran amor, sólo la Santísima Trinidad y mi santa Madre; nada más. En la tierra esa alma no debe estar apegada a nada, pues esos apegos la envilecerían: serían como una traba que no la dejaría ir hacia Mí: que le impedirían correr. Y no olvides, hija mía, que Yo, Jesús, espero; espero siempre con los brazos abiertos para ir estrechando el alma y apretarla contra mi Corazón.

¡Bien empiezas a conocer a tu Dios, hija mía! Eso quiere decir lo unidos que estamos Yo en ti y tú en Mí, hasta el punto de fundirnos en el amor del Todopoderoso, mi Padre, que nos unifica y eleva.
𝗬𝗮 𝗻𝗼 𝗲𝗿𝗲𝘀 𝘁ú, 𝗺𝗶 𝗽𝗲𝗾𝘂𝗲ñ𝗮; 𝘆𝗮 𝘀ó𝗹𝗼 𝗦𝗼𝘆 𝗬𝗼, 𝘁𝘂 𝗗𝗶𝗼𝘀, 𝘆𝗮 𝗾𝘂𝗲 𝗲𝘀𝘁𝗮𝗻𝗱𝗼 𝗲𝗻 𝗠í, 𝗲𝗿𝗲𝘀 𝗴𝗹𝗼𝗿𝗶𝗳𝗶𝗰𝗮𝗱𝗮 𝗰𝗼𝗻𝗺𝗶𝗴𝗼 𝗽𝗼𝗿 𝗲𝗹 𝗣𝗮𝗱𝗿𝗲.
𝗧ú, 𝗺𝗶 𝗯𝗶𝗲𝗻, 𝗻𝗼 𝗱𝗲𝗯𝗲𝘀 𝗼𝗹𝘃𝗶𝗱𝗮𝗿 𝗾𝘂𝗲 𝘁ú 𝗲𝗿𝗲𝘀 𝗻𝗮𝗱𝗮 𝗽𝗼𝗿 𝘁𝗶 𝘀𝗼𝗹𝗮. 𝗬𝗼 𝗹𝗼 𝗦𝗼𝘆 𝘁𝗼𝗱𝗼, 𝗽𝗿𝗶𝗻𝗰𝗶𝗽𝗶𝗼 𝘆 𝗳𝗶𝗻 𝗱𝗲 𝘁𝗼𝗱𝗮𝘀 𝗹𝗮𝘀 𝗰𝗼𝘀𝗮𝘀.
Nada puede llegar a Mí impuro; nada que Yo toque quedará como antes. Todo será transformado por mi Santa Divinidad. ¿𝗤𝘂𝗶é𝗻 𝘀𝗶𝗻𝗼 𝗲𝗹 𝗖𝗼𝗿𝗱𝗲𝗿𝗼 𝗱𝗲 𝗗𝗶𝗼𝘀 𝗾𝘂𝗶𝘁𝗮 𝗲𝗹 𝗽𝗲𝗰𝗮𝗱𝗼 𝗱𝗲𝗹 𝗺𝘂𝗻𝗱𝗼? 𝗣𝘂𝗲𝘀 𝗯𝗶𝗲𝗻, 𝘁𝗼𝗱𝗼 𝗲𝗹 𝗾𝘂𝗲 𝘃𝗶𝘃𝗮 𝗲𝗻 𝗠í 𝗲𝘀 𝗲𝗹𝗲𝘃𝗮𝗱𝗼 𝗰𝗼𝗻𝗺𝗶𝗴𝗼 𝘆 𝗿𝗲𝗰𝗶𝗯𝗲 𝗹𝗮 𝗱𝗶𝗴𝗻𝗶𝗱𝗮𝗱 𝗱𝗲 𝗵𝗶𝗷𝗼 𝗱𝗲 𝗗𝗶𝗼𝘀.

Hija mía, todas estas cosas están escritas en mi Evangelio. El hombre no es consciente realmente de lo que pierde, 𝗽𝗼𝗿 𝗲𝘀𝗼 𝗬𝗼, 𝗾𝘂𝗲 𝘃𝗲𝗼 𝘀𝘂𝘀 𝗮𝗹𝗺𝗮𝘀, 𝘀𝗶𝗴𝗼 𝗹𝗹𝗮𝗺𝗮𝗻𝗱𝗼 𝗰𝗮𝗱𝗮 𝘃𝗲𝘇 𝗺á𝘀 𝗳𝘂𝗲𝗿𝘁𝗲, 𝘀𝗶𝗻 𝗱𝗲𝘀𝗰𝗮𝗻𝘀𝗼.
𝗦𝗶𝗴𝗼 𝗴𝗿𝗶𝘁𝗮𝗻𝗱𝗼 𝗽𝗮𝗿𝗮 𝗾𝘂𝗲 𝗰𝗼𝗺𝗽𝗿𝗲𝗻𝗱𝗮 𝘆 𝗺𝗲 𝘀𝗶𝗴𝗮, 𝗽𝗼𝗿 𝘀𝘂 𝗽𝗿𝗼𝗽𝗶𝗼 𝗯𝗶𝗲𝗻.

𝑮𝒓𝒖𝒑𝒐 𝑴𝒂𝒓í𝒂 𝑨𝒖𝒙𝒊𝒍𝒊𝒂𝒅𝒐𝒓𝒂 (1988) 𝑼𝒏 𝒂𝒍𝒎𝒂 𝒆𝒏 𝑪𝒓𝒊𝒔𝒕𝒐. 𝑳𝒊𝒃𝒓𝒐 𝑰

Deja un comentario