LIBRO LAMENTOS DIVINOS.

LAMENTOS DIVINOS. PALABRAS DE JESÚS A UN SACERDOTE. (Octava parte).

VERDADERA VIDA
Los sacerdotes ejemplares, muy activos, se convierten en imanes para las almas buenas, atraen a los pecadores endurecidos y derraman por doquier la buena semilla de la Verdad y de la Gracia. El secreto de su ministerio fructífero es su vida interior, es decir el espíritu de piedad, que les da luz, fuerza y alegría.
¿Y por qué otros son infructuosos? Es porque olvidándose de la vida interior hacen que su espíritu sea tísico: son pobres enfermos en el alma, inútiles para sí y para los demás.
¡Bienaventurado aquel consagrado que sabe vivir en dulce intimidad conmigo, corazón a corazón conmigo, para sentir lo que Yo amo a las almas!
Los sacerdotes que me aman son mi dulce morada, mi consuelo, mi alegría.
¡Cuántas amarguras sufre mi Corazón al verse tan olvidado por los sacerdotes!
Pensar en Mí con frecuencia, actuar bajo mi mirada con amor y serenidad; hacer todo con intención recta; no dar a mi enemigo Satanás ni siquiera un átomo de incienso; evitar las pequeñas infidelidades voluntarias; aprovechar las buenas ocasiones que hay para traerme almas; tenerme en el centro del corazón; detenerse sin prisa delante de mi Tabernáculo; avivar la Fe, viéndome en el prójimo; hacer una llamada frecuente al pensamiento de la eternidad… todo esto es el gran secreto de la vida interior.
Y es propia la vida interior que lleva al fervor, inflama cada vez más y hace llegar a un alto grado de perfección.
CRISTO REY 
La Iglesia cada año festeja mi Realeza. «Cristo Rey». ¿Pero esta fiesta es la prueba que de verdad soy considerado como Rey de mis consagrados? Para muchos en cambio soy un Rey mendigo y rechazado como en ese entonces lo fui por Pilatos y por Herodes. ¡Un Rey rechazado y… condenado!
Mi respuesta a Pilatos: «Mi Reino no es de este mundo», además de indicar que mi Reino es espiritual, tenía otro significado: aludía también al tiempo futuro, al vuestro, que habría tratado de pisotear y de destruir mi soberanía en las almas.
Vosotros, oh sacerdotes que sois mis ministros, vosotros debéis sacrificaros para hacerme reinar en las almas, pero antes hacedme reinar en vosotros mismos.
¡Dadme el primer puesto, el puesto real, en vuestra mente y en vuestro corazón! Destruid en vuestro interior a todo ídolo, que enfríe vuestro amor por Mí y os atormenta el espíritu.
Hacedme reinar en vosotros y tendréis la paz del corazón, aquella paz que nadie puede darles fuera de Mí. ¡Yo soy el Rey de la Paz!
Solo entonces el sacerdote verá florecer su ministerio: cuando en él reine y obre el Rey del Amor y de la paz.
En la confusión de las opiniones religiosas, en la poca sumisión a mi Vicario, en el trastorno de mi Doctrina evangélica, no olvidéis oh sacerdotes míos, que es Satanás quien se mueve para reinar en vez de Mí en el mundo y en mi Iglesia. Es doloroso decirlo: Los ministros más fieles de Satanás son ciertos sacerdotes innovadores.
Satanás es el príncipe de la mentira, de la discordia y del desorden. ¡Infelices aquellos que están a su servicio! Pierden su paz y la quitan también a otras almas, turbando sus conciencias con novedades malsanas.
¡Dios es orden y paz! Satanás es desorden e infelicidad.

LAMENTOS DIVINOS. PALABRAS DE JESÚS A UN SACERDOTE. (Séptima parte).

LA COMODIDAD ES SUPERFICIAL 
 
Yo nací en una pobre gruta. Mis tiernos miembros tocaron la paja, mientras el más pobre de los pobres en el mundo nació por lo menos en una cuna y fue acogido con todo cuidado. 
 
El mundo no piensa más en Mí que nací en un pesebre, es decir en el vacío de todo lo que es humano. Y las almas no me poseen porque no han vaciado del todo su corazón. 
 
Se prefiere el placer más que a Mí y casi siempre se prefieren las cosas más insignificantes de la tierra que a Mí. Es por este motivo que son pocas, poquísimas las almas que me dejan libre la entrada en sus corazones para hacer mi morada. 
 
¡Cuán lejanas están las almas de mi pobreza! El espíritu de pobreza ya no es apreciado; se desea la vida cómoda, el gozo, el lujo; se quiere aparecer mejores, los primeros y por esto se hace desaparecer toda huella de pobreza. En el mundo aletea el rechazo total del espíritu de pobreza. 
 
¿Y mis sacerdotes aman la pobreza? ¿Es el amor de las almas que los mueve en sus actividades, o es el deseo del dinero? 
 
¡Oh ministros del altar, no meditáis suficientemente mis palabras: «Los lobos tienen sus cuevas, los pájaros su nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza» 
 
¿Qué será, cuando partáis de este mundo, del dinero que habéis acumulado? Os daréis cuenta de haber acumulado para otros. En tu habitación, contentáos con lo necesario. Evitad lo superfluo y no desperdiciéis el dinero en diversiones inútiles. ¡Dad lo superfluo a los necesitados y sostened las obras de caridad! 
 
El dinero guardado es para vosotros un grave peligro espiritual, porque apegáis vuestro corazón y porque dais un mal ejemplo a los fieles, que aman ver al sacerdote desinteresado, también en esto, diferente de los demás hombres. 
 
El dinero os lleva a las comodidades, a daros todos aquellos placeres que comúnmente se dicen lícitos (lícitos porque no son evidentemente malos), pero que sin embargo no siempre están libres de culpa o por el abuso o por el apego exagerado. ¡Cuántos pecados veniales deben dar cuenta a la Divina Justicia! 
 
¿Dónde descontarán mis sacerdotes estas miserias morales?… Existe el Purgatorio, que es una dolorosísima reparación para todos, pero sobre todo para los consagrados. 
 
En vuestra predicación habéis tratado el tema del Purgatorio describiendo con vivos colores las penas de las almas que se purifican en la ultratumba. De lo que habéis dicho, habéis dicho poco, porque del Purgatorio sólo pueden hablar apropiadamente aquellos que están allí (actualmente ya ni siquiera hablan del Purgatorio: para la inmensa mayoría de los sacerdotes actuales, 2003, el Purgatorio, en la práctica, no existe, cuando realmente sí existe, es dogma de fe, y los sufrimientos que se sufren allí son verdaderamente horrorosos, casi los del Infierno, de los que sólo se diferencian en la eternidad, y en que en el Infierno se odia, y en el Purgatorio se ama a Dios y a todos los que están allí…) 
 
¡Pero no pensáis, vosotros sacerdotes, especialmente vosotros que sois más libres, no pensáis que el Purgatorio es hecho sobre todo para vosotros? Allí seréis purificados por la Justicia Divina, antes de ser admitidos en mi Gloria. 
 
Poco amor de Dios, poca delicadeza de conciencia, satisfacción del corazón y de los sentidos, especialmente de la gula, curiosidad malsana, tiempo desperdiciado, porque no es utilizado para la Gloria de Dios, frialdad con el prójimo, indiferencia para con las necesidades de los demás… todo es pesado por la Justicia Divina en la hora del Juicio Final y todo se deberá pagar. 
 
 
¡BUSCO ALMAS!… 
 
Lo que perece es nada; la materia es conveniente sólo para el tiempo; es el alma humana lo que vale, porque durará toda la eternidad. 
 
El tiempo transcurrido en la tierra no tendría significado si las almas no fueran inmortales. ¡Ah, las almas!… Por las almas vine a la tierra. Por su amor sufrí tanto y por su amor expiré en la Cruz, martirizado desde la cabeza a los pies, que parecía un leproso. Moretones, llagas y Sangre por todo el cuerpo y todo esto por Amor a las almas. 
 
Mi sueño siempre ha sido y será la salvación de las almas. 
 
Y, ¿qué otro deber tienen todos mis sacerdotes? ¡Salvarse y salvar! 
 
Ante todo se debe salvar la propia alma; es el deber más grande y es estrechamente personal; luego se debe trabajar para salvar a los hermanos. 
 
La parábola de los talentos debería hacer reflexionar a los sacerdotes que son poco cuidadosos, pues el siervo ocioso fue puesto en las tinieblas donde hay llanto y rechinar de dientes. 
 
¿Por qué os he escogido entre las innumerables criaturas y os he revestido con la dignidad sacerdotal? ¿Tal vez para gozar más y para que gocéis de la bella vida? ¿Por qué se os ha dado años, sino para incrementar los talentos recibidos? ¿Qué ganancia debe estar en el primer puesto en vuestros pensamientos si no el gran número de almas para salvar? ¿Cuál es el fruto de vuestro ministerio si no me presentáis continuamente almas salvadas? 
 
Ciertos sacerdotes son demasiado mezquinos, preocupados solamente de no caer en la culpa grave; cuando alcanzan a estar un poco en equilibrio y sin caídas, creen que pueden estar tranquilos con su conciencia. ¡Es un gran error! 
 
El primer paso es ciertamente el de evitar el pecado grave. Pero esto no es suficiente para nadie, mucho menos para los sacerdotes, que deben ser apóstoles, luz y sal de la tierra. Y si bien deben huir del mal, deben preocuparse con todas sus fuerzas de hacer el bien. Dejar de un lado el bien, cuando se tiene el deber como ministros de Dios, cuando se tiene el tiempo y las circunstancias lo permiten, es un pecado de omisión. 
 
¡Cuántas almas que instruir, cuántas aconsejar, cuántas consolar! ¡Cuántas personas buscan al confesor! ¡Cuántos enfermos moribundos que asistir! ¡Cuántos niños que plasmar en la Fe! ¡Cuantos centros de trabajo que visitar para ponerse en contacto con multitudes de obreros que se han olvidado de Dios! ¡Cuánto trabajo está delante de cada sacerdote! 
 
Y mientras las necesidades de las almas son tantas y urgentes, ¿dónde están y qué están haciendo mis sacerdotes?… ¿Cómo ocupan su tiempo?… Horas y horas delante del televisor, viajes de placer, pasatiempos, visitas peligrosas… prolongadas… ¿Y las almas? Están allí esperando a alguien que parta el Pan de la vida, ¡pero no lo encuentran! 
 
¡Laborad, oh sacerdotes míos! ¡Utilizad vuestro tiempo! 
 
Trabajan más los enemigos de mi Iglesia, que muchos sacerdotes débiles en la Fe, tibios en el amor y a veces paralizados por una apatía total. 
 
¡Es tiempo de despertar y de renovarse en el espíritu! 
 
Sacerdotes, ¿es así que se sirve a Dios, al Sumo Amo que os ha dado sus talentos?… 
 
A cada sacerdote he dada talentos, a quien uno, a quien dos, a quien cinco. A quien más le ha sido dado, más se le pedirá. 
 
Tengo sacerdotes ardientes de caridad, sedientos de almas; para ellos todo es nada o casi nada; para ellos lo que cuenta es la salvación de las almas, de muchas almas. 
 
Pero si en el mundo tengo millares de sacerdotes cuidadosos, ¿por qué no pueden ser así también las otras decenas de millares? 
 
¡Meditad todos en la suerte que le tocó al siervo ocioso, que no hizo fructificar el talento del patrón! En el día del Juicio Final, cuando los sacerdotes ociosos verán a tantas almas malogradas por culpa de su ociosidad, comprenderán el gran mal que se han hecho a sí mismos y a los hermanos y cuánta alegría han sustraído a Dios. 
 
¡Corregíos mientras estáis a tiempo!

LAMENTOS DIVINOS. PALABRAS DE JESÚS A UN SACERDOTE. (Segunda parte).

¡ABRID LOS OJOS! 
¡Oh sacerdotes míos, intermediarios entre Dios y el hombre, cadena de oro que debe unir a las almas a Mí, despertad en vuestros corazones los buenos sentimientos del día de vuestra ordenación!
¡Es tan grande la dignidad de la cual os he revestido y está bien que estéis conscientes para comprender cada vez mejor vuestra grave responsabilidad!
Todas las amarguras que algunos sacerdotes me causan están unidas a aquella gran amargura que me ha hecho sudar Sangre en el Huerto de los Olivos, cuando veía que en los siglos futuros se habrían renovado la renegación de Pedro en las filas de mis ministros, la traición de Judas en tantos sacerdotes sacrílegos y la fuga de los discípulos, fuga debida a los escándalos de ciertos consagrados.
En aquella noche del Getsemaní, tan tormentosa, encontré a los tres Apóstoles que eran los más queridos, sumergidos en el sueño: ellos dormían mientras Yo sangraba por la angustia. Los desperté, invitándolos a que oraren, pero se durmieron nuevamente; se despertaron solamente con el ruido de la multitud que venía para capturarme.
¿Es posible, oh sacerdotes míos, que no comprendáis la gravedad de la hora actual?… Vosotros dormís plácidamente, meciéndose en una vida cómoda, mientras Yo, vuestro Redentor y Maestro, agonizo por las inquietudes que cada día se multiplican.
Vengo para despertaros con los tristes acontecimientos de cada día, pero vosotros os despertáis solo por un momento y luego inmediatamente os dormís nuevamente como los tres Apóstoles. Una vez más regreso para despertaros con mis lamentos divinos, con la confianza que os despertaréis.
¿Queréis tal vez sacudiros, como los Apóstoles al sonido de la multitud, solo cuando se desencadenará en el mundo la tempestad? ¿Cuando mis enemigos, os pondrán las manos encima?… La historia del pasado ¿no os enseña nada a propósito?
¿No veis como las olas del mar aumentan, se agigantan y se desencadenan contra mi Nave, la Iglesia? Las olas chocarán pero mi Iglesia no se hundirá, porque en la Nave estoy Yo. Pero… ¿cuál será la suerte de tantos sacerdotes?…
En el mundo se está combatiendo entre los hijos de las tinieblas y los hijos de la luz. Mi Vicario, el Papa, en las horas de soledad llora; está abatido, rodeado por tantas mentes en erupción. Paulo VI, iluminado y asistido por Mí, está consciente de la extrema importancia de la presente hora.
(Esto lo decía Jesús en tiempos de Pablo VI, en los años 60, ¿qué diría ahora, en 2003… cuando el mal ha avanzado tantísimo a todos los niveles hasta el punto de que incluso hay sacerdotes que pregonan públicamente, desde los medios de comunicación su homosexualidad practicante?…)
Muchas almas, que en un tiempo eran fieles a Mí, se encuentran en condiciones desastrosas.
En esta situación escabrosa ¿qué hacen mis sacerdotes?…
Para mi consuelo, tengo unos que son buenos, ¡sacerdotes verdaderos! Pero los demás… ¡que no son pocos!…
Hay quienes se rebelan contra mi Vicario, hay quienes niegan o ponen en duda la otra vida, hay quienes niegan la existencia de Satanás, ¡hay quienes niegan mi real Presencia Eucarística!, y hay hasta quienes dudan de mi Divinidad y de la existencia de un Dios Creador.
¡Ay de quienes tratan de cambiar la verdad de la Fe! ¡Ay de quienes tratan de sustraer la Gloria a Dios Omnipotente!
Ciertas mentes sacerdotales son una Babilonia verdadera: ¡confusión y tinieblas! Y con todo esto se declaran maestros. Más que pastores, algunos son ovejas negras en mi rebaño místico y otros son lobos rapaces.
Pregunto a estos desventurados: ¿cuando fuisteis ordenados sacerdotes y me jurasteis fidelidad, teníais los sentimientos de hoy?… ¿No estabais contentos de pertenecerme y de cooperar conmigo para la salvación de los hermanos?… ¿A qué se ha debido vuestro cambio?…
Antes orabais; poco a poco habéis disminuido y luego casi dejado de un lado la oración.
Antes estabais convencidos de vuestra pequeñez; luego ha entrado el orgullo.
Un tiempo cultivabais el espíritu de penitencia; poco a poco habéis comenzado a acariciar el cuerpo, dándole lo que no era necesario, y por consiguiente el cuerpo os ha arrastrado al fango… ¡Qué situación tan penosa la vuestra! Habéis dejado el Maná celestial para alimentaros de bellotas como los animales inmundos.
Antes respirabais el aire puro de mi Gracia y ahora os debatís en el fango nauseabundo.
Reflexionad, ¡oh sacerdotes míos, caídos o a punto de hacerlo, reflexionad sobre vuestra triste condición! Decidme: ¿no tengo el derecho de lamentarme?
La mala conducta de tantos sacerdotes me arranca multitudes de almas.
Y Yo, que para salvar aún a una solo me haría crucificar de nuevo, si fuera necesario, ¿cómo debería tratar a estos ministros?… ¿Es posible que seáis tan ciegos como para no ver esta realidad amarga?
PREAVISO 
Vosotros conocéis alguna cosa del pasado y del presente; Yo conozco todo, también el futuro.
Al inicio de este siglo el Omnipotente le dijo a un alma privilegiada: «Cuarenta, cincuenta años antes del 2000 le será conferido a Satanás un poder particular en la tierra; los poderes infernales se irán de preferencia contra los sacerdotes».
¿No veis que está sucediendo lo que Yo mismo he revelado?
¡Convenceros! Los demonios saben la ganancia que es para ellos un sacerdote desertor y por esto los ataques contra los consagrados de hoy son tantos y tan fuertes; hasta el punto que si aquellos no vigilan y no rezan intensamente, pronto o tarde caerán en la red diabólica.
Permitidme que ponga mi mano en una de las llagas del clero de hoy. No trato de aludir a los consagrados generosos.
He instituido el Sacramento del Amor, la Santa Eucaristía. Veinte siglos de Historia, con millones de prodigios eucarísticos, han comprobado y todavía comprueban mi real Presencia Eucarística.
¡Sacerdote, que estás en el altar para celebrar, entra en ti mismo!… ¿Crees en el Misterio Eucarístico?
Si no crees ¿por qué vas a celebrar? ¿Por qué te engañas y engañas a los demás? ¿Qué título se te confiere?… ¡El de hipócrita y de impostor!
En cambio si crees en la Transubstanciación, pero no tienes puro el corazón y la mente y no tienes manchadas las manos, ¿cómo te atreves a tocar mi Carne Inmaculada? ¿Cómo no tiemblas pronunciando las divinas palabras de la Consagración?
Y desgraciadamente ¡hay quien celebra así! ¡Hay quien traspasa de este modo mi Corazón divino! ¡Y Yo, misericordioso, paciente!… ¿Pero hasta cuándo deberé soportar? ¿Mi Justicia no reclama también sus derechos?
Otros celebran, todavía unidos a Mí, con mi Gracia. Pero ¡qué celebraciones!… Quien os asiste podría decir: «Pero, ¿este sacerdote cree en lo que hace?».
¡Debéis tener más Fe en el Santo Sacrificio y amarlo más! ¡Ninguna prisa, mucho recogimiento y oración ardiente! Existen almas para salvar y muchas otras para sostener. La Misa es tiempo preciosismo.
Celebrad bien para glorificar a Dios, para edificar a los presentes, para renovaros en la juventud del espíritu y para luego llevar a las almas, a lo largo del día, el fruto del Sacrificio Divino.
¡Cómo espero, con ansia y alegría, Yo, prisionero de Amor en el Tabernáculo, la celebración de los sacerdotes fervientes! Cuando en el altar está un digno ministro mío, olvido de alguna manera las amarguras que me causan los sacerdotes sacrílegos o fríos. Mi Carne Inmaculada, profanada por manos indignas, se glorifican con el contacto de manos puras y Yo entro amorosamente en el corazón del buen celebrante, enriqueciéndolo con una nueva luz y uniéndolo cada vez más a Mí.
¡Oh, si todos los consagrados fueran puros y enamorados de mi Eucaristía, cómo se transformaría el mundo!
¡Hijos predilectos de mi Corazón, reavivad vuestra Fe y meditad seriamente en vuestro ministerio! A vuestra palabra consagrante Yo, Rey de tremenda majestad, obedezco humildemente y desciendo al altar. En vuestras manos se realiza la Encarnación viva como sucedió en el seno de mi purísima Madre. ¿Y no os deja confundidos un misterio tan grande, un don tan grande, que Yo os hecho?

-Continuará-

LAMENTOS DIVINOS. PALABRAS DE JESÚS A UN SACERDOTE. (Primera parte).

LAMENTOS DIVINOS

Su Santidad Pablo VI, con fecha del 14 de octubre de 1966, ha confirmado el decreto emanado por la Sagrada Congregación de la Propagación de la Fe No. 58/16 (A. A. S.) en el que se permite la publicación de los escritos relativos a las apariciones sobrenaturales, aún si no llevan el «nihil obstat» de parte de la Autoridad Eclesiástica. A estos escritos se les atribuye una fe humana respetando el juicio definitivo de la Iglesia, a quien nos sometemos humildemente desde ahora.

Título original en italiano: LAMENTI DIVINI Parole di Gesú a suoi Sacerdorti

Traducción al español: M. Dolores Briceño

PRESENTACIÓN
Quien cree en la existencia del diablo (y que quede claro que quien no cree en esto no es católico), conoce también sus proyectos destructores y su acción demoledora.
Al diablo le falta amor, pero no le falta inteligencia: no ama, más bien odia la obra de salvación cumplida por Cristo, pero sabe perfectamente qué es lo que debe hacer para contrarrestarla.
Si el Señor Jesús, para continuar su obra de salvación en los siglos, tiene necesidad de muchos sacerdotes y sobre todo de sacerdotes santos, el diablo sabe que para contrarrestar la acción Redentora de Cristo no hay mejor estrategia que atacar el corazón de la Iglesia atacando a los sacerdotes.
Y si la falta de sacerdotes puede servir para el juego del diablo, aún más y mejor servirá para su juego la falta de santidad en los sacerdotes. ¡Pocos sacerdotes y si es posible destruidos! Este es su sueño.
El diablo sabe que un sacerdote menos significa un bien menor, y sabe también que un sacerdote más, que vive mal su sacerdocio, significa un mal mayor, además porque es una polilla más que corroe a la Iglesia en su interior, un enemigo más de Cristo que trabaja para él y para el Infierno.
Los sacerdotes que no aman a Cristo y no le sirven como deberían, se convierten en los mejores colaboradores del diablo y en los peores enemigos de la Iglesia.
León Bloy escribe: «EI clero santo hace que el pueblo sea virtuoso, el clero virtuoso hace que el pueblo sea honesto, el clero honesto hace que el pueblo sea generoso».
Y se podría agregar: el clero impío entrega al pueblo a Satanás, desangra a la Iglesia, la paraliza, la hace estéril y tiende a que ya no solamente sea su esposa, sino… enemiga de Cristo.
El diablo cree firmemente en todo esto, es su «credo» y toda su acción la inspira en este «credo».
Por lo tanto, la palabra de orden de batalla del Infierno es: «Atacar a los sacerdotes».
Y el mundo, aquel mundo que ha odiado a Jesús y odia también a los suyos se convierte en su eco: «Atacar a los sacerdotes».
Nuestro tiempo confirma en los hechos este plan infernal. 
Si en los tiempos antiguos mataban a los sacerdotes convirtiéndolos en mártires, y por consiguiente en estandartes que daban valor a los demás cristianos, hoy, siendo más diestros y expertos, los enemigos de Cristo tratan de corromper a los sacerdotes, en la Fe y en la vida, hasta hacer que los corruptos sean los fieles que les son confiados. Y en muchos casos sus esfuerzos son coronados por la victoria. Ciertamente más de lo que pudieran pensar.
El plan que trata de destruir al clero en la fidelidad a Cristo y a la Iglesia está muy bien estudiado y articulado.
Corromper a los sacerdotes hasta donde se pueda, haciéndolos que se conviertan en discípulos de los errores y de los vicios del mundo y ya no en maestros de verdad y de virtud. Ya no como guías, sino… guiados; ya no como conquistadores de almas sino… conquistados por el mundo.
Intimidar y prácticamente obligar al silencio a quien no se ha dejado corromper. Y de hecho, cuantos sacerdotes que son buenos, ricos de vida interior, aún viviendo con rectitud su vida personal, ¡ya no combaten la buena batalla y callan las miserias de nuestro tiempo para no chocar con el mundo!
Ridiculizar a quien no se ha dejado ni corromper, ni intimidar, para hacerle perder la credibilidad delante de la gente.
Calumniar a quien no se ha detenido ni siquiera ante el temor de ser el ridículo y pasar por ser anticuado.
Y, finalmente, ignorar y aislar a quien está dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias la fidelidad a su misión.
Y, como complemento de la obra, resuena otra orden de batalla: «Exaltar a los sacerdotes renegados, a los traidores, que siempre están listos para contrarrestar el Evangelio de Cristo y para dar su consentimiento al evangelio del mundo. Hablar bien de éstos, conceder espacio a sus intervenciones y sobre todo hacerlos aparecer como profetas incomprendidos por la Iglesia».
Pero Jesús tiene piedad de sus sacerdotes; conoce sus dificultades y los obstáculos que encuentran y no olvida la generosidad con el cual un día le dijeron su «sí».
Quiere que sus sacerdotes sean santos, para su bien y por el bien de la Iglesia y de toda la Humanidad.
Estos «LAMENTOS DIVINOS» quieren despertar en los sacerdotes tibios o cansados, confundidos o llenos de nostalgia de un antiguo amor, que ya está apagado, o casi, entre Jesús y sus amigos predilectos.
Con estas palabras Jesús quiere dar un alma al sacerdocio de sus sacerdotes, para que lleguen a ser nuevamente la sal de la tierra y la luz del mundo.
Meditar sobre estas páginas hará mucho bien a cada sacerdote. Y también lo hará a los laicos. Pero nadie las puede usar como un pretexto para ser el juez de algún sacerdote. ¡Quién juzga es el Señor!
No son jueces lo que necesita un sacerdote en dificultad o que tal vez ya está fuera del camino. Jueces, capaces solo de criticar su obra, ya los ha encontrado en demasía por su camino, también cuando era un buen sacerdote.
Lo que tal vez le ha faltado es la presencia discreta y consoladora de algún amigo y aún más de la oración de muchos hermanos, que saben que al sacerdote no se puede y no se le debe pedir solamente, sino que también conviene dar; por lo menos el apoyo que se puede invocar al Señor para él, para que siempre sea fiel y generoso en su amor a Cristo y en su servicio a los hermanos.
Difundir estas páginas es ciertamente útil para hacer comprender a muchos cristianos cuán necesitado puede estar un sacerdote de su amistad y de su oración.
Padre Enzo Boninsegna
Verona, 30 de Octubre de 1991. 
¡ESCUCHAD!
El progreso científico se agiganta. Un tiempo pensabais que la tierra era el centro del Universo, pero la mirada dada recientemente a vuestro planeta, desde los espacios intersiderales, os ha hecho comprender mejor que la tierra, habitada desde hace milenios, no es más que un punto del Universo infinito.
Sobre este planeta Yo puse al primer hombre y a la primera mujer; estos pecaron y la consecuencia de su culpa de origen se repercute en toda la Humanidad.
Por amor vuestro, para reparar los daños causados por esta caída, aún siendo el Dios verdadero, me hice hombre, convirtiéndome en vuestro Hermano. He redimido a la Humanidad y os he dejado los medios para que todos los hijos de Adán pudieran conseguir la felicidad eterna. He fundado mi Iglesia y le he dado un Jefe y otros colaboradores, para que las almas, en el peregrinaje terrenal, sean iluminadas, dirigidas y alimentadas para llegar a la Vida eterna.
Entre millares de criaturas os he escogido, sacerdotes míos. Es a vosotros que dirijo mis palabras.
El mundo fue creado por Amor, redimido por Amor y debe dirigirse al Amor eterno… ¡Dios! ¿Pero en cambio?…
Oh mis ministros, dad una mirada a la Humanidad de hoy. También en ella debería realizarse mi Reino; debería reinar en toda alma y en todo ángulo de la tierra. Y en cambio Satanás es el que reina… ¡el príncipe de este mundo!
¿Qué veis en vuestro derredor? Maldad, orgullo, vanidad, avaricia, egoísmo, apego a las comodidades más de lo necesario, olvido de Dios y de la eternidad, odio por sus semejantes, blasfemias, placeres ilícitos, amores pecaminosos, escándalos de todo tipo difundidos por doquier, delitos, injusticias, rebeliones… Este estado de cosas ¡debe terminar!
Recordad a Sodoma y Gomorra. La situación del mundo de hoy es peor de la de ese entonces, porque la malicia es más consciente y más refinada.
¡Qué desorden y desequilibro mental de muchos! Los corazones que no están llenos de Dios se arriesgan y van de mal en peor. Falta mi Luz y la vida se desarrolla entre tinieblas.
Siento compasión por esta generación y por esto hago prodigios de gracias en el mundo. Nunca como en este tiempo mi Amor Misericordioso ha estado tan activo para prevenir a las almas. Pero hay una barrera tal de tinieblas que no deja pasar mi Luz para alumbrar el camino.
¿Debería permitir que las almas corran a la perdición? ¿Debería mostrarme indiferente ante los insultos que me dan, ante el desprecio de mi Ley, ante todas las infamias con las cuales está cubierta la tierra? ¡No, porque sería un Dios injusto!
Los hombres reclaman sus derechos. Y Yo, que soy Dios de infinita Justicia, ¿no reclamaré mis derechos?… Busco amor, busco reparación. ¡Todavía estoy agonizante! Agonizo en mi Iglesia, agonizo en el mundo, ¡agonizo en las almas!
Vosotros, oh sacerdotes míos, no sois extraños a mi lamento; también vosotros tendréis vuestra parte de culpa y, desgraciadamente… la mayor parte.
Hablo a todos mis ministros y de manera particular a los que más traspasan mi Corazón.
Mis palabras, más que una triste alarma, quiere ser un lamento piadoso y una invitación amorosa para reflexionar sobre las dolorosísimas condiciones del mundo, para entrar profundamente en vosotros mismos, para sacudiros, para retomar con celo vuestro apostolado, para arrancar a Satanás las almas que he rescatado con mi Sangre.

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