REENCARNACION.

DE LOS CUADERNOS DE MARIA VALTORTA.

Dice Jesús:

«Hombre que tan querido me eres a pesar de tus desvaríos; oveja perdida por la que caminé y vertí mi Sangre para marcarte el camino de la Verdad; este dictado va dirigido a ti. Es una instrucción, una luz para ti. No rechaces mi don

No cometas el sacrilegio de pensar

que haya otra palabra más justa que ésta

No cometas el sacrilegio de pensar que haya otra palabra más justa que ésta. Esta es mía. Es mi voz que desde hace siglos es siempre la misma: no cambia, no se contradice, no se renueva con el correr de los siglos porque es perfecta y el progreso no incide en ella. En vosotros cabe el poneros al día; mas no en Mí que soy como el primer día en mi doctrina, lo mismo que desde la eternidad y hasta la eternidad soy el mismo en mi naturaleza. Soy la Palabra de Dios y la Sabiduría del Padre.

Se dice en mi verdadero y único Evangelio: «Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No soy Dios de muertos sino de vivos». (Mt 22, 32).

el orden de la vida humana es el siguiente:

Abraham, Isaac y Jacob vivieron una vez. Tú vivirás una vez. Yo, que soy Dios, tomé carne humana una vez y no volveré a tomarla otra porque también Dios respeta el orden. Y el orden de la vida humana es el siguiente:

Que a toda carne se infunda un espíritu con el que hacerle al hombre semejante a Dios, el cual no es carne sino espíritu, no es ser animal sino sobrenatural.

Que cuando decline la tarde, desaparezca y se hunda la carne, como despojo y revestimiento, en la nada de la que fue extraída y torne el espíritu a su vida: bienaventurada si vivió y condenada si pereció por haber hecho de la carne su señor en lugar de haber hecho de Dios el señor de su espíritu.

Que en aquel allá del que inútilmente queréis vosotros conocer los detalles sin contentaros con creer en su existencia, ese espíritu aguarda con temblor de espanto o con anhelos de gozo a ver resurgir la carne para revestirse con ella en el último día de la Tierra y con ella precipitarse en el abismo o penetrar en el Cielo glorificado junto con la materia a la que vencisteis por ser vuestra enemiga natural y de la que hicisteis una aliada sobrenatural.

La reencarnación no existe

cómo habrías de poder revestiros con una carne

al tiempo de mi revista excelsa y con ella ir a la condenación

o a la gloria si los espíritus hubiesen tenido muchas carne

Mas ¿cómo habrías de poder revestiros con una carne al tiempo de mi revista excelsa y con ella ir a la condenación o a la gloria si los espíritus hubiesen tenido muchas carne? ¿Con cual de ellas habríais de quedaros: con la primera o con la última?

Si lo que hubiera de valer, según vuestras teorías, fuese la primera, con ser carne merecedora, incluso más que ninguna otra, de poseer el cielo, ya que lo que cuesta es la primera victoria, pasaría a la segunda desapareciendo tras haber pasado. Mas si en el Cielo han de entrar únicamente los perfectos, ¿cómo ha de poder entrar la primera? Sería injusto excluir a la primera como también lo sería el creer que habría de ser excluida la última de esas carnes con las que, según vuestra nefasta teoría y, en serie ascendente, haya de revestirse vuestro espíritu, encarnando, desencarnando y tornando a encarnar cual si la carne fuera un vestido que se deja por la noche para volverlo a tomar a la mañana.

cómo podríais invocar a los bienaventurados

de haberse ellos ya reencarnado El espíritu vive.

Una vez creado, ya no se destruye

Y ¿cómo podríais invocar a los bienaventurados de haberse ellos ya reencarnado? Y ¿cómo llamar vuestros a vuestros difuntos si en ese momento son ellos ya hijos de otros?

No. El espíritu vive. Una vez creado, ya no se destruye. Vive en la Vida si es que en la tierra vivió la única vida que se os concede vivir, que es la de hijos de Dios. Y vive en la Muerte si en la vida terrena vivió como hijo de Satanás. Lo que es de Dios torna a Dios para siempre. Lo que es de Satanás torna a Satanás para siempre.

Y no digáis que: «Eso está mal». «Eso –te lo digo Yo que soy la Verdad– está bien en sumo grado». Mil vidas que vivieseis, otras tantas miles de veces vendríais a ser juguete de Satanás y, aunque heridos, no siempre sabríais escapar de él con vida. En cambio, viviendo una sola vez y sabiendo que de esa vida depende vuestro destino, de no ser unos malditos adoradores de la Bestia, vendríais a obrar con ese mínimo al menos de buena voluntad que a Mí me basta para salvaros.

Bienaventurados, por tanto, todos aquellos que,

en lugar del mínimo, dan todo cuanto son y viven en mi Ley

Bienaventurados, por tanto, todos aquellos que, en lugar del mínimo, dan todo cuanto son y viven en mi Ley. El Dios de los vivos les contempla desde el Cielo con infinito amor y si algo de bueno tenéis aún sobre la tierra, se lo debéis a estos santos que vosotros tal vez despreciáis pero a quienes los Santos llaman «hermanos», los ángeles acarician y Dios Uno y Trino bendice».

(Esto es para… Este espacio en blanco aparece también en el cuaderno autógrafo. Mas esta nota mía no la pase a la copia mecanografiada (El Padre Migliorini, al que se dirige, transcribía a máquina todo cuanto María Valtorta escribía de su puño y letra en los cuadernos.) Jesús no lo quiere. Dice que basta con que usted la lea sin reclamo especial y que yo haga lo demás…).

22-24

A. M. D. G.

Dice el Apóstol Pablo:

«Parece como si aún vivieran aquellos antiguos paganos a los que yo partía el pan de la Fe, o tal vez, según creencia vuestra, hayan vuelto a encarnarse con sus viejas teorías sobre la resurrección y la segunda vida, teoría ésta de la reencarnación que, aún ahora, y ahora más que nunca después de veinte siglos de predicación evangélica, se ha enraizado y hecho carne en vuestras mentes.

Lo único en reencarnarse es esta vuestra teoría

que vuelve a brotar como los hongos en épocas alternas

de oscurecimiento espiritual

Lo único en reencarnarse es esta vuestra teoría que vuelve a brotar como los hongos en épocas alternas de oscurecimiento espiritual. Porque, sabedlo vosotros que os tenéis por los más evolucionados en el espíritu, éste es el indicio de un ocaso y no de un amanecer del espíritu. Cuanto más bajo está el Sol de Dios en vuestros espíritus, tanto más en la sombra, que asciende, se forman espectros, incuban fiebres, pululan agentes portadores de muerte y germinan las esporas que atacan, corroen, succionan y destruyen en vosotros la vida del espíritu, igual que sucede en los bosques hiperbóreos en donde la noche que dura seis meses, hace de florestas pletóricas de vida vegetal y animal, zonas muertas que semejan un mundo extinto.

¡Necios! Los muertos no retornan.

Con ningún nuevo cuerpo.

Sólo hay una resurrección: la final.

¡Necios! Los muertos no retornan. Con ningún nuevo cuerpo. Sólo hay una resurrección: la final.

No sois, no, vosotros, hechos a imagen y semejanza de Dios, semillas que, en ciclos alternos, despuntan y se hacen: tallo, flor y fruto. Sois hombres y no hierbas del campo. Estáis destinados al Cielo y no al establo del jumento. Estáis en posesión del espíritu de Dios, de ese espíritu que Dios os infunde en una continua generación espiritual suya que corresponde a la generación humana de cada nueva carne.

Pues qué, ¿creéis que Dios, ese Dios nuestro omnipotente, ilimitado y eterno haya de tener un límite que le imponga el tener que crear un determinado número de espíritus y ninguno más, de modo que, de continuar la vida de los hombres sobre la tierra, deba, cual si fuera encargado de un centro comercial, acudir a las estanterías y buscar entre los espíritus allí acumulados el que más convenga a determinada mercancía? O, mejor aún, ¿creéis que sea El como un escriba que haya de exhumar cierto asunto buscándolo en un rollo concreto por haber llegado la hora de tener que echar mano de él para calificar un suceso?

Sois hombres

¡Oh necios, necios, necios! No sois mercancías, pergaminos ni semillas. Sois hombres.

El cuerpo, como semilla, una vez completado su ciclo, cae en la corrupción del sepulcro y el espíritu torna a su Fuente para ser juzgado si está vivo o para podrirse en lo que hace a la carne y, según la condición de su ser, va a su destino del que ya no sale sino para llamar a lo que fue suyo a una única resurrección en la que quien fue un corrompido durante la vida, corrompido perfecto será eternamente con el espíritu y la carne corruptos que en su única, sola e irrepetible vida tuvieron. Y así, quien fue «justo» en vida resurgirá glorioso e incorruptible, elevando su carne a la gloria de su espíritu glorificado, espiritualizándola, ya que por ella y con ella venció, siendo de justicia que con ella triunfe.

Esta es la verdadera evolución pero que es única

Aquí animales racionales por el espíritu que poseéis y que alcanza también la vida para la carne a la que vence. En la otra vida seréis espíritus vivificadores de la carne que consiguió la victoria permaneciendo sujeta al espíritu. Viene siempre por delante la naturaleza animal. Esta es la verdadera evolución pero que es única. Después de la naturaleza animal que mediante la triple virtud supo hacerse a sí misma ligera, viene la naturaleza espiritual.

Según como hayáis vivido en esta vida, así estaréis en la otra. Si predominó en vosotros lo celestial, conoceréis la naturaleza de Dios en vosotros y poseeréis dicha naturaleza puesto que Dios será vuestra posesión eterna. Mas si lo que predominó fue lo terrenal, tras la muerte conoceréis la opacidad, la muerte, el hielo, el horror, las tinieblas, todo aquello, en fin que es propio del cuerpo encerrado en el sepulcro; pero con esta diferencia: que la duración de esta segunda y verdadera muerte será eterna.

Herederos como sois de Dios por su querer, no queráis, hermanos, perder esta herencia por seguir a la carne, a la sangre y al error de la mente.

Yo también erré y fui contrario a la Verdad y perseguidor de Cristo. Mi pecado lo tengo siempre presente aun en la gloria de este reino cuyas puertas me las abrieron mi arrepentimiento, mi fe, mi martirio en la confesión de Cristo y la vida inmortal. Mas cuando me aterró la Luz dándose a conocer, yo abandoné el error para seguir a la Luz (Hch 9, 1.22).

A vosotros se os ha dado a conocer la Luz a lo largo de veinte siglos de ininterrumpidos prodigios, innegables aun para los más feroces y obstinados negadores. ¿Por qué, pues, vosotros que habéis tenido la suerte de contar, como testimonio de esa Luz, con veinte siglos de manifestaciones divinas, por qué os empeñáis en permanecer en el error?

Os lo juro yo que soy testigo de Cristo:

Ni la carne ni la sangre pueden heredar el reino de Dios;

sólo el espíritu

Os lo juro yo que soy testigo de Cristo: Ni la carne ni la sangre pueden heredar el reino de Dios; sólo el espíritu. Y, como se dice en el Evangelio de nuestro Señor Jesús (Mt 22, 23-33; Mc 12, 8-27; Lc 20, 27-40), no son los hijos de este siglo –y fijaos bien, hermanos, que aquí la palabra «siglo» viene a indicar a aquellos que están en el mundo, es decir, los terrestres– los destinados a resucitar y a desposarse de nuevo teniendo una segunda vida terrena. Tan sólo resucitarán aquellos que sean dignos del segundo siglo, del eterno, esto es, aquellos que no podrán ya morir después de haber vivido, sino que, por haber conseguido la vida espiritual y llegado a ser como los ángeles e hijos del Altísimo, ya no apetecen nupcias humanas, deseando con su espíritu un enlace tan sólo: con Dios-Amor; una sola posesión: la de Dios; una sola morada: la del Cielo; y una sola vida: la que se desarrolla en la Vida.

¡Amén, amén, amén!

Os digo a vosotros: creed para conseguirla».

Y, como ve, ha venido también San Pablo. ¡Oh qué huracán! No me extraña que, con la vehemencia de su palabra, hubiera convulsionado hasta a los atenienses, habituados como estaban a sus oradores. Si Juan es susurro de viento perfumado del cielo, Pablo es ciclón cargado de todos aquellos elementos capaces de doblegar las cimas más siniestras.

Creo que se haya cerrado el ciclo. Y si todo este concierto de notas no penetra en ellos (…) (El paréntesis con los puntos suspensivos aparece también en el cuaderno autógrafo. María Valtorta se refiere en particular a determinada persona conocida suya, pero, en general, se refiere a los partidarios de la doctrina de la reencarnación o metempsicosis, a los que están dedicados casi todos los dictados precedentes, empezando del 7 de enero.) no sé ya qué pueda penetrar. Durante meses y meses he estado a deseo de un dictado. Mas, aunque he tenido sed del mismo, si yo fuera como algunos, me parecería estar como ratón en el cepo o pájaro en la red. La evidencia me estrecharía por todas partes…

Pero que fuese también San Pablo el que me hablase, no me lo esperaba.

Ahora tengo la espalda molida y descanso contemplando con el alma a la Divina Paloma de oro y sintiendo a mi lado a María. Su salutación matutina aún sigue cantando en mi corazón.

52-55

A. M. D. G.

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