IDOLATRIA.

9 enero de 1944

Isaías cap. 44, v. 9-11-17-18-25

Para ser idólatras

no se necesita tener un Olimpo.

Idólatras sois también vosotros, y de la más ignominiosa de las idolatrías, pues adoráis lo que no es verdadero y servís a un culto que no es otro que el de Satanás

habéis cometido contra vosotros mismos el delito de negar al espíritu creado por Dios el conocimiento de la Ley y de la Doctrina dadas por Dios, achacando de superstición a la Religión y calificando de inútiles sus ceremonias,

¡Así son los criticadores de mi culto, los jueces de mi Iglesia, los acusadores de mis ministros, los delatores de mis fieles.

Rechazáis a Dios y adoráis los ídolos de un culto obsceno y demoníaco

Luz que sólo para mis hijos es gozo y guía y, con ella en el corazón, no por propia virtud sino por el poder de la misma, se mueven por los espacios de los tiempos futuros, y, con los ojos y oídos del espíritu, ven y oyen los secretos de Dios y el futuro

Y posteriormente me dice Jesús

no recuerdas cómo te dije que las almas se conquistan con las mismas armas por las que se pierden

no quiero que mueras antes de que llegue el momento en que tu voz pueda callar tras haber abastecido de mi palabra a los hombres desmerecedores de ella

Dice Jesús (Por el contrario, es el Padre Eterno como aparece escrito al final del dictado.):

«Continúo hablándote a ti, hombre, y a todos aquellos que, como tú son adoradores de falsos ídolos.

Idólatras sois también vosotros,

y de la más ignominiosa de las idolatrías,

pues adoráis lo que no es verdadero

y servís a un culto que no es otro que el de Satanás

Para ser idólatras no hay necesidad de tener un Olimpo al modo de los antiguos paganos ni fetiches como las tribus salvajes. Idólatras sois también vosotros, y de la más ignominiosa de las idolatrías, pues adoráis lo que no es verdadero y servís a un culto que no es otro que el de Satanás, adorando al Tenebroso por no querer inclinar vuestra cabeza extraviada y vuestro más extraviado corazón ante lo que fue guía y luz sobrenatural para millones y millones de hombres verdaderamente grande de la Tierra –con la verdadera grandeza del genio y del corazón– que en esta luz y en esta guía sobrenaturales encontraron la palanca para su elevación, el consuelo para su vida y el gozo para su eternidad y a los que el mundo, a pesar de su evolución contínua contempla admirado, lamentándose de no tener ya en sí aquella fe que hizo grandes a aquellos que fueron grandes en la Tierra y después de ella.

habéis cometido contra vosotros mismos el delito

de negar al espíritu creado por Dios el conocimiento de la Ley

y de la Doctrina dadas por Dios,

achacando de superstición a la Religión

y calificando de inútiles sus ceremonias,

Vosotros, para quienes no penetran en los entresijos de vuestra alma la Fe verdadera ni el conocimiento de aquellas Verdades eternas que son vida del espíritu; vosotros, que habéis cometido contra vosotros mismos el delito de negar al espíritu creado por Dios el conocimiento de la Ley y de la Doctrina dadas por Dios, achacando de superstición a la Religión y calificando de inútiles sus ceremonias, os tenéis por superiores a aquellos a quienes, incluso, no perdonáis la falta de haberse rebajado a sí mismos hasta el nivel de una mujerzuela ignorante al reconocer a la Iglesia y obedecer a la Religión que no es sino el compendio de mi Ley y de la Doctrina de mi Hijo, culto, por tanto, verdadero a un Dios verdadero cuyas manifestaciones son innegables y seguras. Todas desde el Sinaí al Calvario, desde le Sepulcro abierto por el poder divino hasta los miles y miles de milagros que, en el correr de los siglos han escrito en el tiempo con palabras de fuego indeleble o de oro fundido que no se empaña, las glorias de Dios y la verdad de su Ser.

Y, cual dementes que arrojasen al mar joyas espléndidas recogiendo con gran aprecio guijarros o lanzasen alimentos para llenar después su boca con basuras, en lugar de la Religión de Dios que rechazáis por no encontrarla digna de vosotros –pseudo-superhombres de mente satánica, de corazón corrompido, de espíritu vendido, ídolos, a vuestra vez, de pies de barro (Dn 2, 31-36.)– en lugar de la Religión que rechazáis, acogéis el culto demoníaco del Enemigo de Dios y os hacéis sus ministros o prosélitos.

¡Así son los criticadores de mi culto, los jueces de mi Iglesia,

los acusadores de mis ministros,

los delatores de mis fieles.

¡Así son los criticadores de mi culto, los jueces de mi Iglesia, los acusadores de mis ministros, los delatores de mis fieles.

En el culto, en la Iglesia, en los sacerdotes, en los fieles ven motivos de desprecio y causa de vilipendio, y después ellos, que aseguran que el hombre no tiene necesidad de culto, de sacerdotes ni de ceremonias para relacionarse con Dios, se hacen para ellos un culto tenebroso, oculto, cargado de todo un ceremonial secreto respecto del cual viene a ser nada ese culto mío manifiesto y a pleno sol. Vienen a hacerse ministros suyos hombres tan corrompidos y extraviados como ellos y aún más que ellos en los que creen con fe ciega, toman por voces y manifestaciones de Dios los histrionismos de estos poseídos de Satanás y se hacen prosélitos –¡y que observantes!– de esta parodia obscena de culto, de esta mentira sacrílega.

Estos, éstos son los que en el puesto de Dios santo, del Salvador eterno, ponen ésta y otras instituciones infernales ante las que doblan hasta el suelo su cerviz y sus espaldas que no reputan digno de un hombre doblarlas ante un altar legítimo sobre el que triunfa y se manifiesta la Misericordia de mi Hijo, fluye vivificante el Amor del Espíritu y salen Vida y Gracia del Tabernáculo y del Confesionario, no porque un hombre, igual a vosotros en la materia pero hecho depositario de un poder divino por su sacerdocio, os dé una pequeña forma de pan ácimo y os pronuncie una fórmula de palabras humanas, sino porque aquel poco de pan es mi Hijo, vivo y verdadero como está en el Cielo a mi derecha, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, y aquellas palabras hacen llover su Sangre, dolida de haber sido derramada por tantos de vosotros, sacrílegos despreciadores de la misma, igual que llovía desde lo alto de su cruz a la que mi amor por vosotros habíale clavado.

Rechazáis a Dios

y adoráis los ídolos de un culto obsceno y demoníaco

Mas ¿no caéis en la cuenta, pseudo-superhombres hechos de pútrido fango, de que no hay razón alguna que justifique vuestra incongruencia? Rechazáis a Dios y adoráis los ídolos de un culto obsceno y demoníaco. Decís que veneráis y creéis en Cristo y, a renglón seguido, huís de su Iglesia Católica, Apostólica, Romana, colocando una cruz en el lugar mismo donde invocáis al Enemigo de la Cruz y del Santo Crucifijo. Es como si vomitarais sobre esa Cruz las bascas de vuestro interior.

Y ¿qué es lo que de grande se ve en vuestros sacerdotes de burla? En el grupo de los míos hay muchos sobre los que cabría hacer anotaciones. Mas ¿entre los vuestros? ¿Cual de ellos es «santo»? Los mejores son lujuriosos, crapulosos, mentirosos, soberbios; y los peores, delincuentes y crueles. Nada mejor tenéis entre vosotros ni podéis tenerlo, ya que si fuesen honestos, castos, sinceros, mortificados y humildes, serían «santos», o sea, hijos de Dios y, en tal caso, Satanás no podría tomar posesión de ellos para extraviarlos y, por su medio, extraviaros a vosotros.

Luz que sólo para mis hijos es gozo y guía y,

con ella en el corazón, no por propia virtud

sino por el poder de la misma,

se mueven por los espacios de los tiempos futuros,

y, con los ojos y oídos del espíritu, ven y oyen los secretos de Dios

y el futuro de los hombres …

Después de transcurridos años y años presentándose como «medios» manejados por Dios, ¿ha mejorado su naturaleza? No. Como eran así continúan, si es que no han empeorado. ¿Es que no sabéis que el contacto con Dios produce una continua metamorfosis haciendo del hombre un ángel? ¿Qué buen consejo, que después se haya traducido en acto, os han dado jamás? Ninguno. A uno le dicen una cosa y a otro, sobre el mismo asunto, le dicen lo contrario, porque son un juguete en manos de Satanás y porque Yo, que soy el Poder supremo, confundo sus ideas tenebrosas con el fulgor insostenible de mi Luz que ellos no pueden soportar. Luz que sólo para mis hijos es gozo y guía y, con ella en el corazón, no por propia virtud sino por el poder de la misma, se mueven por los espacios de los tiempos futuros, y, con los ojos y oídos del espíritu, ven y oyen los secretos de Dios y el futuro de los hombres y dicen en mi nombre lo que el Espíritu pone en sus labios purificados por el amor y santificados por el dolor.

Adivinos, astrólogos, sabios y doctores del satanismo a los que mi Hijo condena y Yo cubro con doblada, con triple condena –porque vuestra religión satánica, que se camufla con nombres pomposos pero que no es sino satanismo, es pecado contra Mí, Señor del Cielo y de la Tierra, delante del cual no hay otro Dios; es ofensa contra el Hijo, Salvador del hombre arruinado por Satanás; es ofensa contra el Espíritu Santo por vuestra negación de la Verdad conocida– sabed que Yo transformo en estulticia vuestra ciencia oculta y preparo los rigores de un futuro eterno para vosotros que no habéis querido por reino vuestro el Cielo sino el Infierno y, como pontífice, rey y padre, no habéis querido a Dios sino a Satanás».

Creía que fuese Jesús el que hablaba, mas, por el contrario, ha sido el Eterno Padre. Quiera Dios que su palabra penetre el corazón de quien usted sabe.

Y posteriormente me dice Jesús

«María, te ofreciste sin reservas, ¿no es cierto? Quieres que las almas se salven por tu sacrificio, ¿no es así?

¿no recuerdas cómo te dije que las almas se conquistan

con las mismas armas por las que se pierden?

Pues entonces, ¿no recuerdas cómo te dije que las almas se conquistan con las mismas armas por las que se pierden? La impureza de un alma con la pureza, la soberbia con la humildad, el egoísmo con la caridad, el ateísmo y la tibieza con la fe, y la desesperación, María, ¡ay la desesperación!, con vuestras agonías que, no sólo no desesperan sino que llaman a Dios, miran a Dios, buscan a Dios y esperan en Dios aun cuando Satanás, el mundo, los hombres y los acontecimientos parezcan confabularse contra la esperanza diciendo al unísono: «No hay Dios» (Sal 14 (Vulgata: 13), 1; Sal 53 (Vulgata: 52), 2.).

En esta hora satánica que os toca vivir, cuando debierais emplear un arma tan sólo para vencer en la guerra desatada por Satanás contra las criaturas de Dios; cuando sería bastante invocar mi Nombre con fe, esperanza y caridad urgentes y encendidas para ver huir a los ejércitos de Satanás y rotos sus elementos que Yo maldigo, ¿qué es lo que sube de la Tierra al Cielo y, tanto más sube cuanto, como ahora, restalla sobre vosotros el látigo terrorífico de las armas homicidas y mortíferas que Satanás enseñó al hombre y éste aceptó dando de lado a la ley que dice: «Amaos como hermanos» (1.ª Jn 3, 11-12; 4, 11-16.) para aceptar la que dice: «Odiaos como yo, Satanás, odio»? Un coro de blasfemias, de maldiciones, de burlas contra Dios y desesperaciones. La muerte cierra muchas veces con esas palabras vuestros labios, os las clava y os presenta así marcados con una última culpa ante mi presencia.

Te sorprendes, María, de que, tras haberte ayudado tanto, te haya dejado probar ahora semejante angustia. Te ayudé cuando llegó la muerte de quien amabas (Se refiere, sin duda, a Iside Fioravanci, madre de María Valtorta, muerta el 4 de octubre de 1943,.), dándote mi corazón por almohada y mi boca como música, a la vez que como lienzo con el que enjugar tu llanto con su ósculo y calmar tu dolor con su canto de amor.

no quiero que mueras antes de que llegue el momento

en que tu voz pueda callar tras haber abastecido de mi palabra

a los hombres desmerecedores de ella

Mas, aquel era dolor tuyo. Me lo habías ya ofrecido y Yo había hecho uso de él. Era la hora de que te premiase por él. Era la hora de que te sostuviese, ya que tú aún me debes servir, mi pequeña «voz», y no quiero que mueras antes de que llegue el momento en que tu voz pueda callar tras haber abastecido de mi palabra a los hombres desmerecedores de ella.

Hay ahora muchos en demasía que se condenan desesperados y mueren acusándome. Hasta en la boca de los niños que hoy saben más blasfemar que rezar, maldecir que sonreír y cada vez más sabrán blasfemar y maldecir, pobres flores ajadas por el mundo y su rey infernal cuando lo suyo aún no es más que un capullo cerrado.

Para que a vuestras excesivas y más que excesivas maldiciones no haya de responder Yo finalmente con una mía que os extermine sin daros ya tiempo a invocarme; para que a esas vuestras repetidas acusaciones contra Mí no haya de corresponder Yo finalmente lanzando la mía tremenda contra vosotros; para que a vuestras muchas, demasiadas desesperaciones, fruto natural de vuestra vida de hijos bastardos, no responda por fin Yo con mi condenación eterna contra vosotros, mis salvados que me habéis despreciado junto con la salvación que os proporcioné (Hb 10, 29.), es menester que haya víctimas que amen, sufran, rueguen, bendigan y esperan; pero, sobre todo, repito: que sufran, sufran, sufran por quienes hacen sufrir a sus hermanos, y que tales víctimas purifiquen con su amar, sufrir, rogar, bendecir y esperar esos lugares en los que se va al encuentro de la Muerte, no corporal sino espiritual.

Yo te digo que si el número de los que aman, creen y esperan fuese igual al de los que no aman, creen ni esperan; y que si en los trágicos momentos en los que os amenaza una mortandad subiese un numero igual de invocaciones al de imprecaciones –mira que no digo un número mayor sino un número igual– todas las insidias y empeños de los demonios y de los hombres-demonios quedarían quebrantadas y caerían sin produciros mal alguno como buitre al que se le cortan las alas sin que pueda ya hacer presa.

¡Ánimo! Sé una que salva.

¡Salvar! Por salvar a la Humanidad dejé el Cielo. Por salvar a la Humanidad conocí la muerte.

¡Salvar! La caridad más grande. La caridad que practicó Cristo. La que de vosotras, salvadoras, hace almas las más iguales a Cristo.

Yo os bendigo a todas vosotras que sois mis hermanas en la tarea de salvar. Yo te bendigo, te bendigo a ti, a quien, para hacerte feliz con una felicidad inconmensurable y eterna, te concedí ser una de entre las que salvan.

Vete en paz. Estáte en paz. Yo estoy siempre contigo».

29-35

A. M. D. G.

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