Ama más allá de tus fuerzas, porque Yo te he amado y te amo so­brepasando la medida.

Dice Jesús: DADO A VALTORTA. CUADERNOS.

«Te hablo a ti para todos, para explicar las relaciones de amor entre Dios y el alma.

No en vano vengo llamado «esposo» de vuestras almas. Os he desposado con rito de dolor y os he dado mi Sangre como dote, por­que por vosotras mismas sois tan pobres, que habríais sido un des­honor para la morada del Rey. En el Reino de mi Padre sólo entran los que se han desnudado de toda vestidura. Yo os he tejido el vesti­do nupcial y lo he teñido con púrpura divina para hacerlo aún más hermoso ante los ojos de mi Padre; os he coronado con mi corona nupcial, porque quien reina lleva corona, y os he dado mi cetro.

Verdaderamente habría querido darlo a todas las almas, pero son innumerables las que han despreciado mi don. Han preferido las vestiduras, las coronas y los cetros de la tierra, cuya duración es tan relativa y cuya eficacia es nada respecto de las leyes del espíritu.

Honores, riquezas, glorias, no las maldigo. Sólo digo que no son fines en sí mismas, sino que son medios para conquistar el verdade­ro fin: la vida eterna. Si vuestra misión de hombres os los confías,hay que utilizarlos, con el corazón y la mente llenos de Dios, hacien­do de estas riquezas injustas motivo de victoria no de destrucción.

Ser pobres de espíritu, ganar el Cielo con las riquezas injustas: he aquí dos frases que entendéis poco.

Pobres de espíritu quiere decir no estar apegados a lo que es te­rrenal; quiere decir ser libres y estar desligados de cuanto es vesti­dura pomposa, como humildes peregrinos que van hacia la meta go­zando de las ayudas que les proporciona la Providencia. Pero no go­zarlas con soberbia y avaricia, sino más bien como los pájaros del aire que contentos picotean los granitos que su Creador desparrama para sus pequeños cuerpos y después cantan de gratitud, tan agra­decidos están por la plumosa vestidura que les protege y no buscan más, y no se amargan airados si un día la comida es escasa y el agua del cielo moja los nidos y las plumas, sino que esperan pacien­tes en Quien no puede abandonarles.

Pobres de espíritu quiere decir vivir donde Dios os ha puesto, pero con el ánimo despegado de las cosas de la tierra y preocupados tan sólo en conquistar el Cielo.

¡Cuántos reyes, cuántos poderosos en riquezas de la tierra fue­ron «pobres de espíritu» y conquistaron el Cielo utilizando la fuerza para domar lo humano que se agitaba en ellos hacia las glorias efímeras, y cuántos pobres de la tierra no son tales porque, aun no po­seyendo riquezas, las han anhelado con envidia, y muchas veces han matado el espíritu vendiéndose a Satanás por una bolsa de di­nero, por una vestidura de poder, por una mesa aderezada siempre con cuanto sirve para formar el alimento para los gusanos de la co­rrupción de la tumba!

Ganar el Cielo con las riquezas injustas quiere decir ejercer toda forma de caridad en las glorias de la tierra.

Mateo, el publicano, de las riquezas injustas ha sabido hacer es­calera para subir al Cielo. María 140, la pecadora, renunciando a .las artes con las que hacía más seductora su carne y usándolas para los pobres de Cristo, comenzando por Cristo mismo, ha sabido santifi­car esas riquezas de pecado. A través de los siglos, cristianos, mu­chos en número y bien pocos respecto a la multitud, han sabido hacer su arma de santidad de la riqueza y del poder. Son los que me han entendido. ¡Pero son tan pocos!

Mi vestidura, la vestidura que os dono, es la que Yo he impreg­nado con mi Sangre durante la agonía espiritual, moral y física que va desde el Getsemaní hasta el Gólgota. Mi corona es la de espinas y mi cetro es la cruz.

Pero ¿quién quiere estas joyas de Cristo? Tan sólo mis verdade­ros amantes. Y a éstos los desposo con rito de alta caridad. Cuando termine el tiempo de la tierra, vendré resplandeciente para cada uno de mis amantes, a fin de introducirlos en la gloria.

Vendré, María, vendré. Por ahora es el tiempo del deseo recípro­co. Porque, por mucho que pueda estar cerca de ti, incluso sensible­mente, soy siempre como el amante que da vueltas alrededor de las murallas que le impiden llegar hasta la amada. Tu espíritu se asoma por cada rendija para verme y lanza su grito de amor. Pero la carne lo tiene prisionero. Y aunque Yo entre forzando la carne, por­que soy el Dueño del milagro, siempre son contactos fugaces y relativos.

No puedo llevarte conmigo. Mataría tu carne, y ésa tiene todavía un hoy y un mañana de provecho por mi causa. Todavía no se ha cumplido todo tu trabajo 141 y sólo Yo sé cuando detendré el transcu­rrir de tu hora terrena.

Y entonces vendré. ¡Oh alma que deseas salir de la tierra hostil! ¡Qué hermoso te parecerá el Cielo! ¡Y cuán encendidos te resulta­rán, comparándolos con los presentes, los abrazos del Amor!

Dices que ha cesado en ti el ansia por las adversidades que, en estos tiempos de desventura, podían turbar los últimos días de tu madre, lo que pone una veta de paz en tu sufrir de huérfana. ¡Pien­sa cuándo podrás decirte a ti misma que ha cesado toda ansia y todo peligro y nada podrá separarte de tu Señor! .

Ama más allá de tus fuerzas, porque Yo te he amado y te amo so­brepasando la medida.

Mi Caridad te ha lavado y vestido para no ver tu desnudez sobre la que había muchas sombras de polvo humano. Mi Caridad lo ha predispuesto todo para tu bien inmortal.

A los ojos del mundo puede parecer que haya cargado la mano sobre ti. Pero el mundo es un necio que no sabe ver las verdades so­brenaturales.

Tú siempre has sido amada por Mí con un amor de predilección. Yo he velado y velo sobre ti como el jardinero que ha creado una nueva flor de un tosco arbusto hasta entonces falto de corola, y está celoso como con un tesoro. Me has dicho que tengo una celosa prepo­tencia. Esto es lo que hago con los predilectos que reservo solamen­te para Mí.

Y si he hecho un desierto a tu alrededor, es porque he querido ponerte en tales condiciones que no tengas más lugar de atracción que el Cielo. Allí, en la otra vida, está todo cuanto amaste con tanta fuerza humana. Ya no te queda nada en la tierra y eres como un pá­jaro prisionero que mira al cielo, en el que sus compañeros están li­bres y felices, a través de las barras de la jaula, y están junto a la puertecita esperando a que se le abra para alzar el vuelo.

Vendré, tenlo por seguro. La nostalgia de ahora también sirve para adornar tu diadema. Sé constante y paciente. Descansa sin an­sias sobré el amor de tu Jesús como un niño que sabe que su mamá está cerca. Él no te pierde de vista, no te deja, no te olvida. Desea, aún más que tú, pronunciar la palabra que libera al espíritu y lo in­troduce en el Reino. Después de tanto hielo, después de tanta des­nudez, después de tanto llanto, vendré para darte mi Sol, para re­vestirte de flores eternas, para enjugar todo tu llanto.

Tú que has tenido una visión de la Luz que colma los Cielos 142, piensa lo que será entrar en ella, de la mano de tu Rey. Piensa lo que será cuando poseas la Luz, si un rayo de luz apenas entreabier­to sobre ese Reino de Luz y apenas entrevisto permanece en ti como un recuerdo que te colma de gozo. Entonces, ya sin las limitaciones de ahora, Yo viviré en ti y tú en Mí, y como la esposa del Cantar po­drás decir que tu Jesús es tuyo y tú suya.

Por ahora llámame con todo tu afecto. No importa que esté cerca. Me gusta oírme llamar y cuanto más me llaman antes vengo, por­que no sé resistir a la voz del amor.

Vendré antes de que caiga la tarde de la edad. No volveré, ya que eras tú la que volviste a Mí, no Yo a ti, pues nunca te he dejado. Vendré. Estaba allí, como un pobre en la sombra, esperando que me dieras el corazón, que me abrieses la puerta y me hicieras entrar en ti como Rey y Esposo. Entonces vendré. Vendré para los desposo­rios. Está a punto de acabarse el tiempo del noviazgo mortal y de iniciarse el rito de las bodas eternas.

Todavía tengo que darte algunos retoques, viña mía, para embe­llecerte completamente ante mis ojos. No gimas si te hacen daño las tijeras de podar. Cuando es el tiempo de podar es el signo de que es primavera. Y vendré en la época de la primavera porque es el tiem­po de los amores. El alma entra en la primavera cuando cesa para ella el invierno mortal y comienza el gozo en el jardín de Dios».

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